El Madrid trae una sequía de goles y Ancelotti sigue equivocándose en los cambios.
Es costoso el papel de perseguidor que el Real Madrid se ha buscado en la Liga Santander por un mal enero. Cada partido es un paseo por el alambre por el vértigo de la desventaja con el Barça, que le había dejado malas noticias tres horas antes al ganarle al Valencia.
Con ese mal cuerpo se vio con un Betis industrial por obligación. Privado de sus futbolistas con mejor pie, equilibró el partido por piernas, intercambió ocasiones mientras tuvo fuerzas y no se vio atacado en su sistema nervioso en los momentos más calientes del Madrid, en el que Benzema se ha perdido por el camino y Vinicius, por el carácter. Un segundo partido consecutivo sin marcar vuelve a alejar al equipo blanco de la Liga.
El Madrid se fue del Clásico de Copa sin un remate a puerta, rareza que pasada por el escáner de Ancelotti determinó que el origen de la avería estuvo en las bandas. Así que en el Villamarín cambió a Carvajal y Nacho por Lucas Vázquez y Camavinga, laterales de más alcance, y metió a Rodrygo arriba. Como el derecho no es el costado en el que mejor respira, el técnico italiano le dio una vuelta al dibujo: doble mediocentro (Tchouameni y Kroos), Valverde en la derecha y Rodrygo por detrás de Benzema. Un 4-2-3-1 de catálogo.
Algo parecido hizo Pellegrini, con Rodri a la espalda de Borja Iglesias y Ayoze y Ruibal en las bandas, este para doblar la guardia sobre Vinicius. Mucho trabajo para compensar la pérdida de talento por las bajas de Canales y Fekir, el servicio de inteligencia del Betis.
El cambio, de salida, no le dio más fuego al Madrid, excesivamente limitado a las ocurrencias de Vinicius. Ese plan está demasiado telegrafiado y no hay rival que no aplique contramedidas. Así que pasaron pocas cosas por falta de jugadores intrépidos en ambos lados. En ese primer registro quedó un torpedo de Rodri desde fuera del área que calentó la mano derecha de Courtois y un gol anulado a Benzema porque su lanzamiento de falta lo envenenó la mano izquierda de Rüdiger. Ese leve toque puso el balón en la escuadra. Imposible su validación. Entre lo uno y lo otro y en lo inmediatamente posterior quedó un dominio soso del Madrid, costumbre que se ha hecho molesta de Anfield a nuestros días. En eso se ha convertido el equipo blanco, que anda entre el cielo y el suelo sin escalas. La única gracia hubo que buscarla en dos envíos larguísimos con la mano de Courtois como primer lanzador de contragolpes, que acabaron en nada, y un misil de largo alcance de Valverde que rozó el larguero.
Camavinga, escaldado por su error ante el Barça, se quedaba demasiado corto por su banda. Y Lucas Vázquez, más atrevido, tampoco sacaba ningún envío potable ante un Betis ordenado pero sin demasiadas pretensiones ofensivas. Guido Rodríguez y William Carvalho andaban demasiado lejos de los jugadores de ataque y por los costados solo ofrecía progresos Sabaly.
Mientras, Benzema guardaba silencio arriba, sin participación en la combinación ni en el juego al espacio. Jugador de inspiración, las lesiones han despedido a sus musas, aunque sus registros goleadores intenten desmentirlo. Es la variante creativa de su juego la que se ha evaporado.