
David Popovici, tiene 17 años, cuerpo delgadito, 1.90, brazos largos, envergadura de 2.05, cabeza rapada y una descomunal fuerza aplicada al agua. Suyo es el mejor registro en la prueba de los 100 metros libres, la reina de la natación, con el que acaba con más de una década de tiranía ejercida por César Cielo, en aquel 2009 donde los bañadores eran más protagonistas que los nadadores.
El rumano ya apuntaba en júnior, pero en el salto de categoría ha demostrado que también la absoluta se le va a empezar a quedar pequeña pronto. En el Mundial de Budapest, este pasado junio, se coronó en el 100 y el 200; pasó por los Europeos júnior en julio, y en la competición continental absoluta ha roto todas las lógicas. Nadó en 22.73 la mitad de la prueba, así que era cuestión de no desfallecer en los dos últimos largos para que el récord fuera suyo. No lo hizo. Al final, un 46.86 para la historia.
Para subrayar lo extraordinario de su marca basta mirar al segundo, el húngaro Kristof Milak, que ha terminado con un tiempo de 47.47, 61 centésimas por detrás, en una prueba de dos largos de piscina. Tercero fue el italiano Alessandro Miressi, 47.63.
Va afinado para la cita olímpica de París 2024. Probó en Tokio 2020, el más joven de la delegación rumana, y en su primera final olímpica, con 16 años y 10 meses, ya fue cuarto en el 200, a solo dos centésimas del podio, prueba que espera también hacer suya hoy en Roma (aunque la final será el lunes), y séptimo en los cien. Solo era un examen parcial. Pero nadie se esperaba que el alumno aventajado diera la campanada en el Mundial de Budapest: oro en las dos pruebas reinas de la natación, y con récord júnior.
Hecho para el agua. A Popovici lo apuntaron sus padres a natación para corregir la escoliosis de la columna y para ver si el chaval, bastante activo y con tendencia a aburrirse enseguida de todo, se cansaba y podía dormir mejor. Era de los que se ponía a jugar con todo antes que atender o hacer trucos de cartas a sus compañeros. Con diez años, sus primeros récords; con 14 marcaba tiempos de 49,82 en los cien. Después de las competiciones, buenas o malas, sus padres lo llevaban a comer a Ikea, albóndigas suecas y tarta, señalaba el nadador en una entrevista la página Olympics.com.